Hubo entonces una rebelión de la raza. Clases distantes, frustradas y opuestas, donde no importaba nada, y nadie prestaba atención al título anterior o la portara de un nuevo capítulo.
Ella era así, capaz de resumir una idea en una frase, pero refutando la decisión de la misma , en infinitas hojas donde jamás se llegaría a una verdadera conclusión conclusa. Decidió que su marido no le aceptaría su problema de alcoholemia, y empezó a frotarse las manos para generar una especie de calor, que de ahora en adelante se convertiría en su único consuelo. Cierto día, camino al hospital, desvariada, palideció al ver uno de sus pequeños ratoncitos de laboratorio volar hacia la tumba que había cavado el comandante Ernesto en su noche de bodas, vio el animal cada vez más próximo a su delicada piel de ángel y con sus dos manos lo estranguló . No, no a Ernesto, hablo del ratón!... el mismo que dejó caer sobre su última copa de vino seco, ya que no encontró un animal más sensato y exquisitamente blanco y puro para su ahogue de penas . Debo admitir que a mí también me pareció curioso que en vez de estrangularlo con una de esas tablitas de madera que al tocar el queso sueltan una criminal armadura de alambre largo, lo hubiese hecho con sus propias manos gruesas, torcidas, y viejas. Pero si, todos corrían la misma suerte, todos terminaban con los ojos torcidos y las tripas sueltas debajo de un alambre de púas, no más que por intentar pretender el queso. Pero este inocente ratoncito murió deseando volar hacia su piel para robarle el queso directamente de la tumba de Ernesto (su boca(juniors)), ya que inteligentemente suponía que el otro trozo tan expuesto y a la vista no podría ser comida fácil. Y si, claro que tenía hambre, y claro que ella quería alimentarlo, pero no con queso, ella sólo quería que bebiera sorbos cortos de licor y empaparlo en un mar de margaritas para extraer de su cálido cuerpo moribundo, un nuevo olor.
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